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[Bartók: Piano Concertos]

Jesús Castañer
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Publicado originalmente en Scherzo

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En Aimard uno siempre espera hallar lecturas de una gran precisión técnica, depuradas de cualquier exceso o artificio y ejecutadas desde una muy prudente distancia emocional. Tal es la estrategia que parecen seguir tanto él como Salonen en su reciente registro para Pentatone de los tres Conciertos para piano de Bartók, donde, en pos de la máxima claridad interpretativa y la cohesión de los pasajes más fragmentarios, todo cuanto es naturalmente angular e infeccioso en ellos —incluyendo, de manera significativa, su componente folclórico— ha sido atenuado y situado detrás de un umbral más neutro o amigable que el que sugieren otras canónicas grabaciones o, incluso, podría decirse, las propias partituras. Logran, así, un discurso limpio, homogéneo y bien equilibrado, pero también, por ello mismo, un tanto romo y frío en lo expresivo, especialmente si uno piensa en la viveza y la visceralidad con la que prospera el lado más macabro y punzante de estas páginas en manos de Kocsis y Fischer o, de modo similar, en la también aseada pero más entusiasta versión que hizo el propio Salonen junto a Bronfman, para Sony, en los años 90, cuando aquél estaba al frente de la Filarmónica de Los Ángeles.

Cierto es que algunos aspectos de la faceta más íntima de Bartók —la de la «música nocturna» en el Adagio religioso del último concierto, por ejemplo— podrían beneficiarse, desde según qué postura, de una serenidad y una mesura como las aquí mantenidas por Aimard y Salonen, pero la manera en que ambos dirigen buena parte de sus esfuerzos a medir los vértices y pliegues de la música, rebajando y casi decapitando cada uno de sus excesos intrínsecos, siembra la duda de si un acercamiento tan conservador y cerebral, aun con toda su excelencia en el plano técnico, no priva a una música como ésta de sus vivos y fértiles colores.